Al recorrer las grandes zonas arqueológicas mayas del sureste del país nos encontramos con los vestigios de una civilización misteriosa que tras desaparecer (inexplicablemente) dejó atrás pirámides y templos que han aguantado el paso del tiempo. Pero lo que se nos hace difícil imaginar es todo aquello que los siglos se llevaron. Cada construcción estaba llena de brillantes colores y murales que decoraban sus muros. Entre todos los tonos, destacaba el color azul intenso que esta civilización inventó y que terminó por hacer historia.
Este azul inventado por los mayas fue un tinte brillante e intenso con tonalidades en turquesa. Es considerado uno de los colores mesoamericanos más duraderos, ya que es resistente a la humedad, al sol y al tiempo. Tanto así que varios murales en zonas arqueológicas como Chichén Itzá aún mantienen el pigmento original.
Hay que destacar que la permanencia del color en las obras precolombinas se explica porque a diferencia del carácter mineral del lapislázuli (usado en Europa), la versión prehispánica tenía un origen vegetal.
Este color único estaba hecho a base de planta de añil, que forma parte de la familia índigo, y era muy común en esta zona del continente. Sin embargo, el tinte que salía de la flor se desvanecía rápidamente con el sol y los elementos naturales, por lo que para hacerlo resistente se utilizaba una arcilla blanca conocida como atapulgita, el cual se mezclaba con el pigmento vegetal para hacerlo más duradero.
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